lunes, 17 de diciembre de 2012

TORTUGAS MARINAS

La brisa arrastraba aquel mísero olor a alcohol. Su día no había sido fácil. Ni el último mes. Ni el último año... cargaba con demasiadas cosas que la atormentaban, demasiados errores. Las lágrimas de aquellos, que una vez la amaron, arañaban lenta y dolorosamente su alma, las sonrisas que ocultaban sufrimiento le robaban, poco a poco, su sonrisa e incluso el amor que algunos le entregaban apagaba su mirada: amores no correspondidos. Todo pesaba demasiado, no podía más.

La tortuga caminaba sin rumbo, esperando algo que amainara su angustia. No conocía otra forma de vida, ella era así, tan loca y despreocupada, tan libre e insegura. Nadie le dijo que existía un lugar mejor, con otras como ella: el mar. Y estando tirada en la arena, esperando a que la oscuridad la abrazara, otra tortuga apareció. Era distinta a todas, era especial. La tomó de la mano y limpió su arrugado rostro, enjugó sus lágrimas, besó sus labios... Su historia no se parecía en nada a la de nuestra amiga, había recorrido todos los mares sola y al ver lo que la arena guardaba para ella, supo que por fin la espera había terminado, que la razón de su ser estaba ahí, fuera de las vacías aguas.


Aquellas viejas tortugas aprendieron a vivir, entendieron que todo principio puede tener un buen final. El camino que tenía por delante estaba lleno de inciertos, lo sabían, pero estaban dispuestas a recorrerlo juntas, nada malo podría pasar.

Y las tortugas fueron felices el resto de sus días. Su último suspiro flota aún en el aire, envolviéndonos cada vez que paseamos por la playa.

Con la colaboración de: Belsierre


sábado, 15 de diciembre de 2012

LA NOVIA DE LA NADA

Y se sentó en el porche a esperar. Los pájaros contemplaban su dolor mientras el grito otoñal se llevaba sus lágrimas. Aquella chica, que un día descubrió el amor, empezaba a apagar su mirada. Se ha vuelto a enamorar, pero esta vez ha elegido a una amante insaciable: la muerte.

Y el horizonte cerró los ojos lentamente, era demasiado joven para ser testigo del inminente final. Estaba acostumbrado a claudicar, pero sabía que la luz le devolvería a la vida. Ella no. No tuvo tiempo de aprenderlo, el desamor la pilló desprevenida, el frío invierno se instaló en su vida. Nada tenía sentido.

Y el sofá que la acunaba no pudo acallar su llanto. Y la oscura noche abrió sus brazos para recibirla. El príncipe no llegó a salvarla, ya era demasiado tarde (¿o no?). Sus ojos volvieron a brillar. La espera terminó.